jueves, 11 de julio de 2013

Hay ceniza en el barrio.

Los altavoces son la soga del suicidio,
de las canciones
que nos hacen llorar.

Los impulsos eléctricos terminan por saltar
al vacío,
como nosotros,
ilusos que se tropiezan en el barranco,
sin esperarse la caída.

Tengo goteras en la memoria,
que terminan siendo
lagrimas que no sabían
donde estaba el desvío correcto.

Hasta los auriculares
se ríen de mí y mis nudos,
desde el fondo del bolso.

Y así estoy yo,
intentando ir con la cabeza alta,
a pesar de.

Ya no sé si son más hijos de puta ellos,
los fantasmas,
o el aleatorio del iPod,
por que parece que se ponen de acuerdo
para ametrallar
las puertas que no cerraste al irte,
y dejar que pasen aún
más corrientes de aire.

Este cocktail de ginebra,
recuerdos y noches en vela,
solo conseguirá que llueva más dentro que fuera,
y que revienten los diques,

Espera, que se me escapa una.
Lágrima digo,
ya nada,
quieto.

Si miras al cielo, no puedes llorar, ¿Sabes? 

Mientras tanto,
sigue vigilando el baile de máscaras,
que un paso en falso,
hará que los fantasmas
te tiren
a los cocodrilos.

Y no queremos
manchar el lienzo,
antes
de
tiempo.

¿Cuando deja de ser el momento justo para saltar por el precipicio?
A mí nunca me dieron miedo las caidas.




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