me sorprendo mirando por la ventana y pensando en tomarme una cerveza
a ver si me cura las heridas,
que ya sabes que dicen que el alcohol desinfecta,
e igual también me funciona con el sentido común.
Cuando ya estas ahogada,
que ni si quiera es caer, es hundirse
y salir a flote parece tarea de titanes, y te has acostumbrado
a bucear entre pesadillas y manos que tiran hacia abajo
como zombies cuyo premio no es tu cerebro
sino tu rendición.
Cuando tecleas de forma automática,
y las ideas surgen como si de repente la cafeína
te sacara de una ensoñación,
para hacer que caigas de frente contra el suelo,
dejando la sangre del labio partido,
y un moratón en el lado izquierdo de la conciencia.
Muchas veces ya no se sabe ni qué hacer,
a quién llamar,
o a cual de los cuatro jodidos puntos cardinales gritar,
para conseguir un poco de paz.
Ni el frío te trae descanso,
ni la música te ofrece la tirita del consuelo
que traen sus letras de mentira,
con acordes que se te pegan a la piel,
y que ni con estropajo se van.
Que los recuerdos son como la tinta,
de un tatuaje
que ni siquiera te diste cuenta de cuando hiciste,
y de repente te ves ahí,
frente al espejo,
marcada y jodida,
y con un mapa de historias
recorriendo tu cuerpo.
No hay consuelo, ni tranquilidad,
ni manera humana de conseguir sacar lo que se graba a fuego,
solo nos queda
la ilusión de la mentira, de engañarse
las tiritas y las vendas,
y los cabestrillos para cuando cojea la razón,
y la aorta intenta ahorcarte a base de flashazos,
que te dejan sin respiración,
ganas de moverte,
ni de pedir socorro.
Hagamos una apología a los guiños de ojos,
al susurro, las sonrisas de medio lado
y el atardecer entre latas de cerveza,
en medio de una nada,
que parece ser nuestro último escondite.
Y resignémonos
a coger aire,
en lo que buscamos una estrategia para
hacerle un corte de mangas,
a lo que nos queda por escribir,
de nuestra historia.
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