jueves, 18 de octubre de 2012

Autumn is in my veins.



Afuera llueve. Son las siete y media de una de tantas tardes perdidas. Mientras las nubes se mueven, lentas y zigzagueantes en un cielo tímido de mediados de otoño, en aquella cafetería de la esquina, entre cortinas de humo y desilusiones, espera mientras le da vueltas a un café solo, con tres de azúcar.
En realidad no sabe a qué espera, pero la sombra de las musas está a la vuelta de la esquina, observándola silenciosas, sin saber qué hacer. La música de los auriculares deja caer notas de un piano tan triste como las gotas que se dejan caer a la deriva, sobre los charcos que se han hecho sobre la acera. Pequeños suicidios de lo que podrían llegar a ser. Despidos de un saludo que nunca llegó.

Como si fuera un juego, deja caer las gotas de cafe de la cuchara, deshojando los segundos, y suspirando por las pupilas recuerdos que se le acumulan en la memoria, dejándola cansada y con más peso del que puede soportar sobre los hombros.

De repente, se estira como si despertara de un sueño que la mantenía con los pies lejos de la tierra,
respira hondo, y niega con la cabeza. Hoy tampoco.

Quizá mañana.

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