domingo, 22 de enero de 2012

"En el fondo lo que pasa es que no entiendo gran cosa, y le busco la lógica en vez de buscarle la poesía."



Sí, bueno, digamos que soy la chica de la capucha negra que escucha música en la esquina del autobus. Soy ese mal humor de por las mañanas que sin dosis de cafeína no es persona hasta media tarde. Esas malas costumbres, como hacerle burla a los niños pequeños, alejarme de quien me quiere y empeñarme en no querer abrazos. Esas lágrimas que ya no salen y ese aleatorio que me cambia de Nü metal a cantautor en los tres segundos que tardo en pensar que ya no me gusta pensar en singular y de repente cambio todos mis verbos de número y persona. Pero no sirve. Sigo siendo todos y cada uno de mis errores embutidos en mi talla 38, de pitillo negro y desgastado, L de camiseta y gafas de sol modelo aviador. Soy esas sonrisas a media voz, que muchas veces no suplen un carácter arisco que ya le gustaría a más de un gato nocturno. Soy esas botas militares abandonadas al fondo del armario que hacen contraste con las camisetas rotas y el jersey de mi padre lleno de bolas. Esa pelota de baloncesto vieja, y todos esos recuerdos que se amontonan por las paredes. Más veces de las que me gustaría soy la mala del cuento, aunque a veces solo sea para cubrirle la espalda a alguien, y soy ese gesto de ceño fruncido que se empeña en mirar el atardecer aunque el sol ciegue. Esa cámara con gotas de alcohol de más de una noche de juerga de las que las lagunas al día siguiente te hacen pararte a pensar en filosofías de vida que igual te harían más bien que el perder la cuenta de los chupitos y barajarte la posibilidad de las películas y la mantita como opción más llevadera.

Esos pantalones cortos con piernas largas, ese moño desecho y ese gorro gris. 
Esa complicación con patas que a veces le dan ganas de salir huyendo de todo y vivir como una ermitaña, facilitando mucho las cosas, pero que a la vez no le gusta huir, y lucha por lo que quiere, aunque luchar a veces signifique dejar ir, y dejar ir, da mas miedo que los saltos al vacio. Esa vida perra, y ese karma que a veces se ríe hasta de su sombra. 
Ese giro de cabeza que intenta no fallarle a su alrededor, y todos y cada uno de esos cafés y letras de canciones que la acompañarán al fin del mundo, aunque llegue tarde, por quedarse dormida al trasnochar en el tejado.

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